miércoles, 2 de julio de 1997

Bilbao - La Rochelle

Cogimos un bus para Irún a primera hora de la mañana, justo después de que se le olvidase las revistas a Carlos en casa de sus tíos. Durante el trayecto vimos Eibar y San Sebastián desde el bus, por lo que no pudimos apreciarlas, aunque al menos en San Sebastián vimos el Estadio de Anoeta.

El autobús nos dejó junto a la estación de trenes de la RENFE en Irún, donde aunque de una manera muy simpática no dejaron de putearnos. El taquillero nos indicó que hasta bastante más tarde no había ningún tren que cruzase la frontera, y que nuestra mejor opción era ir a coger un "topo" que cruza la frontera cada diez minutos. La pateada no fue excesivamente larga, lo peor fue que no paró de llover.

Marta: "Al llegar a Hendaya Carlos se dejó en el vagón una bolsa con pastas y agua (dos días y ya perdió dos cosas). Hendaya es un pueblo de mierda donde notas que ya has entrado en Francia porque ya te timan (en un supermercado nos ha salido cada bocata de jamón y queso a 425 pelas)."


Tras comer y reservar plaza en el albergue de La Rochelle (lo tuvo que hacer Carlos porque a Marta le daba alergia hablar en francés por teléfono, nos montamos en un precioso TGV que nos iba a llevar a Bordeaux, que desde un primer momento imaginamos que sería lo mismo que Burdeos, donde cogeríamos otro tren hacia La Rochelle.


Dos notas de Marta en el TGV de Irún a Bordeaux:

  • Creo que como sigamos así vamos a pasarnos 15 días en tren (ya conocemos varios tipos de tren y muchísimas estaciones).
  • Ya me han entendido dos franceses (aunque no ha sido fácil).

En el tren entre Bordeaux y La Rochelle nos sentamos al otro lado del pasillo de un chico que tenía una pinta de "simpático" que no podía con ella. Las niñas se dedicaron a echarle miraditas, sobre todo a sus carnosos labios... El tío tenía una pinta de llamarse Michel que no podía con ella. Al final al llegar a La Rochelle lo perdimos enseguida... las niñas lo sintieron más que Carlos.

Por ahora que sólo llevamos 7 horas en Francia hemos sacado las siguientes conclusiones:

  • El café es carísimo: 12 FF (= 300 Ptas.).
  • El TGV lo hay que reservar.
  • Los trenes de la SNCF son asquerosamente puntuales.
  • Los franceses son unos hijos de puta por quemarnos los camiones.


Al llegar nos costó mucho encontrar el albergue, pero gracias al pequeño plano que se había currado Carlos antes de salir pudimos encontrar el camino. La pateada hasta llegar al albergue fué importante, incluso nos salimos del mapa y tuvimos que guiarnos por la señalización en la carretera.


Tras dejar las cosas en el albergue, donde por cierto nos trataron bastante bien, nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad cámara en mano. Hacía un poquito de fresco, pero todo el mundo iba en mangas de camisa o de chaqueta fina; claro, para nosotros que veníamos de la paradisíaca y tropical España hacía frío.


Lo primero de todo era comer, y en cuanto llegamos al centro de la ciudad nos pusimos a ello. Mientras comíamos un bocata de beicon en un banco del puerto María se dio cuenta de que el flash se había calentado mucho, incluso quemaba; el plástico de las pilas se había fundido y por un momento llegamos a pensar que se había estropeado, menos mal que no fue así, y media hora después ya volvía a funcionar.


Paseamos por el centro de la ciudad sacándonos fotos a diestro y siniestro. Cuando oscureció iluminaron las torres y la vista del puerto que ya de por si era bonita mejoró. Andar por las calles era guay, si no fuese por las terrazas, la vestimenta de la gente y algún otro coche nos parecería estar un siglo atrás. Si toda Francia es tan bonita habrá que repetir algún día.


Por la noche, a eso de las 12:00 nos tomamos una coca-cola en una terraza de las del puerto con vistas a las torres que por supuesto estaban iluminadas. Por cierto, según Marta había un camarero "muy simpático" (cosa que dijo como una mera observación). Después nos fuimos hacia el albergue, un paseo... con discusión incluida entre Carlos y María sobre donde había que coger el bus para ir a la estación a la mañana siguiente.


María, como siempre, se encontró a un conocido de Noya... ya lo contará ella un día de estos.

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